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Tres años, cuatro meses y veintiún días

Por Carlos Tilve, secretario de ALAS A Coruña.

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Imaxe de arquivo do aniversario do tráxico suceso. Propiedade de ALAS A Coruña.
El pasado domingo 24 de noviembre va a pasar a la historia como el primer día en que la comunidad LGTBI+ de Galicia consigió lo que llevamos reivindicando desde hace décadas: demostrar que las palabras importan.

Todas las persoas de esta comunidad hemos padecido agresiones verbales. Sin excepciones. Objetarán ustedes que “no todo el mundo se queja”, pero la realidade es que quien no se lamenta es porque está tan acostumbrado a este tipo de conductas agresivas, que ni siquiera es capaz de percirbilas como lo que son.

Así que, cuando el 3 de julio de 2021 comenzaron a sonar los teléfonos, a llegar los mensajes y a correrse la voz de lo que había sucedido aquella funesta madrugada, asistimos sin mucho asombro, a cómo todo el mundo nos decía que “nos estabamos precipitando”, que los gritos de “maricón de mierda” eran “cosa del momento”, que era algo que se dice sin pensar. También vimos cómo mucha gente intentó que anduviésemos de puntillas, e incluso descubrimos que ni las tragedias más grandes bastan para que la clase política, especialmente la más próxima, nos escuchase. No creo que pueda poner en palabras la rabia que sentimos en esos momentos, no solo por el asasinato de un muchacho inocente, si no porque se nos aconsejaba que era mejor dejarlo estar. Sin embargo, el clamor popular fue muy diferente y el curso de acción estaba claro. No nos íbamos a poner de perfil ni a mirar para otro lado.
Comenzaba un camino muy complicado, lleno de conversaciones difíciles y de emociones muy alteradas. De mucha preparación para lo peor, al mismo tiempo que manteníamos la actividad diaria de la entidad. Fueron tres años de tener que estar siempre con la mirada puesta en los medios y con el corazón permanentemente encogido ante cada noticia que surgía. Ahí sí que tuvimos que mordernos la lengua. Porque lo único que nos preocupó más que demostrar la homofobia, fue respetar a la familia y las amistades de Samuel, y hubo mucha gente muy interesada en nuestras reacciones, en ver si hacíamos declaraciones, y, tristemente, no siempre con buenas intenciones.

Finalmente, el juicio. De vuelta a atender llamadas y periodistas, y a darnos cuenta de que cargábamos con las esperanzas de toda la comunidad LGTBI+ del Estado sobre nuestra espalda. De ver cómo nuestra presidenta, mi compañera Ana, tenía que cargar con el peso de asistir a las sesiones y de escuchar las barbaridades que algunos de los abogados profirieron sobre la comunidad LGTBI+, supongo que como estrategia de defensa.

Pero valió la pena. Porque el jurado decidió que sí era importante ese grito de “maricón de mierda”, no fue solo algo que se dijo sin pensar. Porque sabemos que lo leyeron como un hombre gay, aunque que no supiesen si lo era. Porque vieron pluma, y decidieron salir de caza en manada. Y porque ahora está probado en sede judicial. Ante la sensación agridulce que produce una victoria en este proceso, esperamos a la sentencia para poder comprobar si, finalmente, hubo justicia para Samuel.
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